El Pincoy
El Pincoy es el hijo varón del rey Millalobo y
su esposa humana, Huenchula. Es el hijo de en medio, pues la Pincoya ostenta el
lugar de la primogénita, mientras que la Sirena es la menor de los tres
hermanos. Su relación con ellas no es tan cercana, pero siempre está dispuesto
a protegerlas y no permitir que algo o alguien les haga daño.
En su papel de Príncipe de las Aguas del
universo bordemarino, este conocido personaje mitad hombre y mitad pez se ha
encargado de administrar e impartir el orden y la disciplina en los territorios
heredados por su abuela paterna, la legendaria culebra Kai Kai.
Al comienzo, su labor sólo se había reducido a ser
parte de la comparsa del rey (apoyando con su presencia las gestiones, mandatos
y preceptos de su progenitor), pero pronto dio fervorosas muestras de sentirse
muy cómodo al mando de los ejércitos submarinos. Su buen tacto en cuestiones de
estrategias y contiendas bélicas, más su mano firme para contener y manejar las
intrigas al interior de la casta de los hechiceros Wedas, provocó que el
Millalobo depositara una confianza total en él. Y no pasó mucho tiempo, antes
de que tal decisión fuera puesta a prueba.
En el clímax de la Gran Batalla de las Culebras,
cuando todas las tácticas y maniobras eran permitidas para vencer al enemigo,
el príncipe Pincoy encabezó un centenar de asaltos a la superficie. Los combates
se sucedieron uno tras otro sin mediar tregua alguna; las pavorosas criaturas
del abismo azul emergieron desde las orillas y fueron allanando las playas e internándose
en los inverosímiles terrenos secos, hiriendo y matando a los humanos, con el
Pincoy comandando cada refriega. Entre los miles de canibilos que sobrevivieron
a la cruenta guerra, siempre circularon los relatos de la valentía suicida de
su carismático líder, su genialidad al preparar emboscadas, su impecable éxito al
sacar información de los prisioneros, y lo más alabable: su astucia para lograr
que los hechiceros wedas cooperaran en los enfrentamientos con todo el arsenal
de sus poderes mágicos. Así, la figura del Pincoy fue trascendiendo las eras
posteriores convertido en una leyenda viva, capaz de eclipsar incluso la gloria
de su propio padre rey.
Cuando todo hubo acabado y la firma del Pacto
Bordemar apaciguó los ánimos y trajo consigo el tan ansiado cese de la guerra,
el Millalobo decretó que desde ese momento su hijo el Pincoy ejercería la mayor
parte de sus funciones en el reino de las profundidades. Los habitantes del mar
acataron con empatía y júbilo la declaración del rey marino, pues el príncipe
había demostrado con creces que era un digno sucesor del legado de Kai Kai Vilú
y merecía todo el respeto y la obediencia de sus súbditos.
El transcurso de las sempiternas mareas, no hizo
más que confirmar la destreza y el aplomo del Pincoy. Y por una larga época, el
océano reposó en paz.
Sin embargo, desde hace casi dos siglos las actuales
preocupaciones del Pincoy son otras. Tienen que ver con las enormes naves de los
llamados winkas, que navegan por el mar bordemarino sin el consentimiento de su
padre.
Poco a poco (pero de forma constante y cada vez
más creciente), esos barcos venidos de los confines de otras latitudes han
recorrido las aguas que circundan las abundantes islas del mapu. Los canibilos
espías del Pincoy han entregado informes donde declaran que los humanos que
comandan tales artilugios flotantes hablan una extraña y desconocida lengua, y
que suelen señalar los territorios que encuentran en su camino bautizándolos
con “otras palabras”.
Cargando todo un cúmulo de experiencias bélicas
desde la gran batalla del pasado, el Pincoy ha decidido restaurar y armar el
ejército de antaño. Su idea consiste en adelantarse a cualquier situación
adversa o maliciosa que provoque esa raza diferente de humanos.
Una de las prioridades en el plan que se ha
trazado, requiere la búsqueda de Garilé, y por eso ha enviado a tres de los
hechiceros wedas montados en un kawellu rumbo al lugar donde se supone que lo
van a encontrar.
¿Puede surgir una nueva guerra entre el mar y
la superficie? …El Pincoy sospecha que sí.