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SEMILLAS DE CAMAHUETO

KOMOTUWE



Komotuwe

   La palabra Komotuwe significa espejo.

   Y el primer espejo que conocieron los seres del mundo, fue aquel que se formó del mismísimo firmamento reflejado en toda la extensión del mar. Muy pocas cosas sobre la tierra pudieron competir con semejante paisaje. La cautivadora visión no sólo provocó el asombro y la curiosidad de los humanos, sino también la inmediata envidia de algunas fuerzas invisibles que se aferraron con tesón a los cimientos de las montañas y maldijeron la innegable hermosura del océano.

   Una de aquellas entidades de corazón torcido fue un hombre de edad indescifrable llamado Kalku, perteneciente al clan de los antiguos Cuncos. Desde su nacimiento cargaba con el estigma de una grotesca malformación en las piernas y los pies, y se había autoexiliado en las Grutas de Cancagua para evitarle a los niños y a las mujeres el desagradable espectáculo de sus extremidades deformes.

   A pesar del odio que carcomía su alma, Kalku supo esperar el momento propicio para sembrar el veneno que enemistaría aún más a los hombres de los Asentamientos y las criaturas que pululaban en las profundidades submarinas.

   Pronto llegaron unas nefastas nubes de tormenta sobre el mapu, ennegreciendo y acortando los días de forma sobrenatural. Los animales buscaron refugio en las cuevas y en los socavones de los cerros, mientras las aves se acurrucaron en lo más frondoso y sombrío de los bosques. Las lluvias se derramaron con una insistencia desquiciante, obligando a los isleños a enclaustrarse en sus rucas al tenue calor de pequeñas fogatas. Muchos de ellos rogaron a sus dioses por el regreso del sol, pero el constante aguacero no dio muestras de amainar. El día y la noche se tornaron una sola cosa, donde no se oyó más que el reiterado y estrepitoso fluir del diluvio.           

   Sólo en los abismos de las aguas sus habitantes no se percataron del suplicio que acontecía a los hijos de la tierra. Y tenían una poderosa razón para ignorar aquellas pesadumbres: Heke, el más ingenioso de los discípulos de los Pillanes, había descubierto que ciertos cristales de las Cavernas Marinas (donde moraban algunos mutantes descendientes de los kueros) poseían la virtud de dejar entrever otra dimensión del mundo conocido. El rey Millalobo y su corte de hechiceros, esperaban con ansias encausar el hallazgo a alguna utilidad bélica.

   Heke dedujo que la textura del cristal podía capturar la esencia de las cosas, su imagen, su aura. Guiado por esa intuición, se dispuso a experimentar con los relucientes fragmentos, pero en cierta etapa del proceso sucedió lo inesperado: ¡uno de los espejos desdobló la realidad!

   Al interior de las Grutas de Cancagua, el rencoroso Kalku se sobresaltó al descubrir que en una de las paredes de piedra resplandecía un trozo de algo mágico… un brillante komotuwe.  Cuando caminó rengueando y posó la vista en él, se quedó hipnotizado observando lo que había en ese espacio luminoso. Desconcertado, lograba ver una realidad distinta y acuosa; un entorno distorsionado por colores azulinos y verdes, y al centro, a un grotesco monstruo de sinuosos brazos que lo miraba con una mezcla de horror y sorpresa. Sin saberlo, estaba contemplando a Heke, el esbirro mayor del rey Millalobo.

  Esa fue la primera vez que el mundo del mar y el de la tierra, estuvieron entrelazados por el enigmático poder de los cristales komotuwe.

   Y ahí empezaron los problemas.