Guallipén
Guallipén nació en la aldea de San Antonio de
Chacao, pero quedó huérfano cuando recién había empezado a caminar y a
balbucear sus primeras palabras. Los cuerpos sin vida de sus jóvenes padres
fueron hallados en posición fetal alrededor del fogón de su modesta vivienda.
Tenían los ojos muy abiertos y una expresión de espanto congelada en sus caras.
Además, la piel de sus brazos, piernas y gran parte de sus espaldas se mostraba
teñida de innumerables líneas rojizas como los arañazos de un felino. Era una
escena extraña, porque parecía que la muerte los había sorprendido en plena
merienda y a ambos al mismo tiempo. No pasaron muchas horas antes de que los
habitantes de los alrededores hicieran correr el rumor que los hechiceros Kalku
habían visitado a la pareja y se habían cobrado una antigua venganza…
Al margen de aquellas macabras habladurías, un
sacerdote jesuita llamado Teófilo se encargó de la totalidad de menesteres para
velar y sepultar al desventurado matrimonio. Luego de oficiar la ceremonia del
sepelio, pidió que alguno de los aldeanos acogiera en el seno de su familia al
niño huérfano. Ninguno quiso adoptarlo; la insólita muerte de sus progenitores se
había convertido en una maldición que nadie estaba dispuesto a padecer en su
propia parentela.
Ayudado por las mujeres que estaban al servicio
de la orden religiosa, el hermano Teófilo decidió que él mismo se haría cargo de
la crianza del pequeño Guallipén. Él sería su tutor y le enseñaría los
sacramentos y mandamientos católicos, para que en el futuro fuese un hombre de
bien y no tuviese nada de qué avergonzarse.
Guallipén creció protegido en la seguridad de
los patios, corredores y salas de la iglesia local. Donde más se destacó, fue
en su innata destreza para trabajar la madera y crear sorprendentes esculturas
talladas con todo lujo de detalles. Semejante talento le valió el
reconocimiento de la Orden Jesuita, cuyos representantes le pidieron crear
numerosas imágenes de personajes de la Biblia y la santería católica.
Guallipén, vio pasar su juventud construyendo verdaderas obras de arte. A pesar
de su linaje mestizo, aprendió a leer y a escribir incluso mejor que muchos de
los feligreses que descendían directamente de sobrevalorados apellidos
españoles. Su paternal tutor le prodigó todo lo que sabía, desde conocimientos
geográficos e históricos hasta su afición por la música y el canto litúrgico. Y
así llegó a la edad adulta, sabiendo lo afortunado que había sido al recibir
dicha educación; un privilegio que muy pocos habitantes de aquel mundo recién
conquistado podían alcanzar y atesorar.
Pero cuando cumplió los treinta años, el hombre
que lo había criado falleció en horrendas circunstancias. Las ancianas mujeres del servicio
cotidiano lo hallaron muerto sentado ante la mesa del comedor parroquial, con
los ojos abiertos y el cuerpo tatuado de arañazos. La maledicencia de la gente
no se hizo esperar. Todas las miradas se volcaron hacia la figura del artesano
Guallipén.
Fue la peor época de su existencia. No tuvo más
alternativa que abandonar San Antonio de Chacao y adentrarse en la espesura de
los montes que circundaban la rústica aldea. Allí, en el corazón del universo
bordemarino, descubrió otra forma de vivir. Conoció a los indígenas de su raza
y empezó a ver el otro lado de la realidad. Ganarse la confianza de los Clanes Huilliches no fue tan fácil, pero Guallipén superó todas las pruebas que se le
impusieron y demostró su enorme valía como conocedor de las costumbres y la
cultura de los winkas. En los años venideros aprendió con una rapidez increíble
el uso de las distintas plantas medicinales que utilizaban las machis, los
ritos del Guillatún y el Machitún, los ciclos lunares que influían en las
siembras, y las artes mágicas que la religión de los españoles condenaba. Su
máximo logro en ese tiempo, fue transcribir en vitelas de animales (usando el
idioma castellano) cada narración mitológica y cada leyenda que los sabios
Agoreros le relataron. La totalidad de esos trozos de cuero los ensambló
formando un códex y los guardó en la Ruca Secreta, el hogar de la famosa machi
Chillpila.
Así como en su vida pasada había servido al
catolicismo usando el talento de sus artesanías, al vivir entre la gente de su
propio pueblo, volcó toda su energía en indagar y desvelar los misterios de la
magia. Quería saber por qué sus padres y su tutor, con una diferencia de casi
tres décadas, habían muerto en similares circunstancias. Lo que descubrió, fue
aterrador. Y tuvo que pagar un precio por hacerse con la verdad: casi quedó
ciego, pero terminó sabiendo todo lo que necesitaba y merecía conocer.
Al cumplir sesenta años, su destino se cruzó
con el del cartógrafo José de Moraleda.
La machi Chillpila tenía un gran problema: no
podía descifrar los signos del libro mentado como el Levisterio.
Pero Guallipén estaba ahí… para leerlo.