Ewem
Aunque para el joven Ewem resultó bastante
difícil integrarse a las filas de los Hechiceros Wedas, cuando lo logró se
llevó ciertas decepciones que lo hicieron dudar de haber tomado la decisión correcta.
Una vez dentro de aquella organización creada en los lejanos tiempos del
Alzamiento de las Aguas, le fue notorio que la magia marina (heredada de la
diosa Kai Kai Vilú) estaba en evidente decadencia. Los siglos transcurridos
desde la Gran Batalla de la Culebras y el polémico Pacto Bordemar, no habían
pasado en vano: estaban dejando una lamentable huella de estragos y negligencia
en sus simpatizantes y seguidores. Las razones para explorar y ahondar en los
recovecos y misterios del inframundo acuático habían desaparecido. El Reino de
las Aguas reposaba en una constante quietud. Los hechiceros sólo sobrevivían
aferrados a las glorias de antaño y a los eternos recuerdos de su monumental
deidad.
Ewem no tardó en destacarse del resto de wedas
novatos.
Su notoriedad fue evidente en el minucioso
conocimiento que tenía de las Leyendas de los Canibilos y los Mitos Kuerinos,
en su destreza con el manejo y dominio de la alquimia heredada del vidente
Kalku, y en su pericia para doblegar a los kawellus y otras criaturas salvajes
que pululaban en medio de las mareas más profundas. Mallinko, el actual líder
de los custodios de la magia submarina, se fijó en él de inmediato y en poco
tiempo lo consideró y lo convirtió en uno de sus aprendices favoritos. Algo
había en el tal Ewem, en sus tatuajes faciales, en sus pupilas blancas; algo
que bien podía ser un dantesco potencial para dar un giro a la rutina de ese
océano gobernado por el rey Millalobo.
Cuando Mallinko indagó en el pasado de Ewem y
las razones por las que eligió el camino de la más pura hechicería de Kai Kai,
tuvo la certeza de que estaba frente a uno de los wedas más carismáticos
nacidos en esa época. El joven mago poseía ideas perturbadoras acerca de lo que
se debía hacer con el moribundo culto a la diosa culebra, y con la recopilación
de los informes enviados desde la tierra bordemarina por el Treguaco y las
Gaviotas Señuelo. Sus palabras dejaban entrever que le hastiaba contemplar a
sus hermanos sumidos en una idolatría sin obras, sin hechos que invitaran a la
acción que tanta fama les había infundido a sus antecesores. De las Gaviotas
Señuelo, ni hablar; Ewen estaba convencido de que usar las cada vez más escasas
placas de las mutaciones místicas en algo tan vulgar como el reconocimiento
diario de la superficie, significaba un auténtico insulto para la memoria de
los espías primigenios. Las cosas tenían que cambiar, que dar un vuelco; y
sobre todo, con la creciente intrusión de esos humanos venidos de otras
latitudes y que ahora profanaban las olas navegando encima de ellas en enormes
embarcaciones fabricadas con madera…¡con madera!... como si fueran árboles
flotando en altamar, o como si fueran los hijos bastardos de los abominables
Chuquinches… ¡Un auténtico sacrilegio a los legítimos dominios de la enemiga de
Ten Tén!
Los advenedizos se hacían llamar “españoles” y
balbuceaban en un idioma muy distinto al de los habitantes oriundos de las
sempiternas islas. Se cubrían el cuerpo con lustrosas armaduras, y doblegaban
la voluntad de los Clanes Huilliches recitando los mandatos de sus dioses
extranjeros. Sin embargo, lo peor era que al parecer no tenían ni la más mínima
intención de abandonar esos territorios... habían llegado para quedarse, para
establecer su señorío.
Si bien Mallinko solía comunicarse fluidamente
y en confianza con el soberano Millalobo y con el príncipe Pincoy, era con este
último con quien se sentía más cómodo a la hora de revelar sus planes de
regente de los Hechiceros Wedas. Por eso se reunió en secreto con el hijo del
rey, y le contó gran parte de las conjeturas emanadas de las conversaciones con
el perspicaz Ewem. Se trataba de teorías transgresoras y riesgosas, pero al
Pincoy le llamaron poderosamente la atención. La maniobra que el joven weda
había imaginado y elaborado en la totalidad de sus detalles para castigar a los
navegantes afuerinos, era de tal genialidad, que el príncipe quiso conocerlo
cuanto antes. Necesitaba indagar más en las implicaciones del asunto en seguida,
pues de llevar a cabo aquel ambicioso plan, varias tramas pendientes con la
ancestral magia marina también podrían quedar zanjadas y solucionadas para
siempre.
Poco después, Ewem conoció y compartió sus
reflexiones directamente con el príncipe Pincoy. Mallinko había tenido razón:
aquel weda era extraordinario, y sus proyectos eran aún más sobresalientes. La
extensa entrevista con el heredero marítimo coincidió con la propagación de la
noticia del hallazgo de una ruta para encontrar a Garilé. Sabiendo la
trascendencia de tan bullada novedad, Ewem no tuvo reparos en procurar ser
parte de la expedición.
El Pincoy aceptó su ofrecimiento, con la
condición de que a su regreso iniciaran el despliegue logístico para construir
la quimera que remecería los cimientos de los conquistadores winkas.
Y Ewen ya le había puesto nombre a esa quimera.
Era “Caleuche”.