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SEMILLAS DE CAMAHUETO

CHILLPILA



Chillpila

   Guallipén apareció en la choza de Chillpila con un mensaje que confirmaba todas sus sospechas: aquel español del que tanto le había hablado en las últimas semanas, también conocía los senderos de la magia antigua. Pero no era la misma magia del universo bordemarino, sino una variante de su propio mundo de origen… y quizá fuera más fuerte, más trascendental; y por ende, más peligrosa.

   Hasta entonces, la machi Chillpila jamás había visto tan sorprendido y expectante a Guallipén, aun sabiendo al detalle cada una de las increíbles experiencias de su atormentada y extensa biografía. El hombre había crecido al amparo de las enseñanzas de la Orden Jesuita, era bilingüe y artesano en madera, había convivido con los Agoreros y los Esbirros de la Cima de Ten Tén, y por si fuera poco, había domesticado para su servicio a un par de gigantescos Gurutreguas. Pocas cosas alteraban su tranquilidad y lo sacaban de sus meditaciones. Pero los rumores no eran falsos, él mismo lo confirmaba: aquel winka que profesaba el oficio de cartógrafo (venido a aquellas tierras por mandato real) era mucho más de lo que aparentaba.

   Varios huilliches habían acudido a la machi Chillpila para contarles lo que el tal José de Moraleda era capaz de hacer a escondidas de su propia gente. Decían que podía desplazarse en completo silencio, sin que ni siquiera los animales más intuitivos lo detectasen, que bebía unas infusiones malolientes que él mismo se preparaba al despuntar el alba, que de noche lograba ver clarito igual que los gatos y que dibujaba mapas con una facilidad y destreza que no era propia de los seres humanos. Pero Guallipén había agregado algo perturbador: el español era capaz de transformarse en un perro, sin necesidad de un amuleto mágico (como lo hacían los Agoreros), o la ayuda de un macuñ (como lo hacían los Brujos Payos).

   Chillpila se mantuvo al margen de esas extravagantes noticias y habladurías místicas, hasta la mañana en que otros indígenas la anduvieron buscando a gritos y se presentaron ante su vivienda con una osada declaración que no la pudo dejar indiferente. El misterioso cartógrafo había decidido desafiar a cualquier habitante del mapu que se preciara de conocer y dominar el arte de la brujería. Quería saber si los poderes nigromantes de su mundo de las Europas era mayor o menor que el que supuestamente existía allí, en los territorios conquistados por su pueblo. Si alguien se atrevía a desafiarlo, él aceptaría de inmediato la invitación a un inolvidable Duelo de Magia.

   Guallipén y muchos otros líderes e integrantes de los Clanes Huilliches, acompañaron a Chillpila cuando esta atravesó la espesura de los montes y caminó con paso firme rumbo a una de las más emblemáticas Playas Prohibidas. El encuentro concertado de antemano, atrajo las miradas y la atención de incontables seres físicos y entidades invisibles. No sólo las criaturas terrestres quisieron presenciar el enfrentamiento, sino también algunos hechiceros marinos y un destacamento de canibilos enviados por el príncipe Pincoy y su padre, el rey Millalobo.

   Un enorme barco con tres mástiles donde ondeaban las banderas de la Corona, reposaba anclado a unos cuantos metros de las arenas de la Playa elegida. Su escasa tripulación, contemplaba con ansias la concreción del espectáculo prometido por el célebre cartógrafo y navegante. El mar lucía en calma y el silencio del paisaje sólo era interrumpido por las olas que reventaban en la orilla. Y ahí, en el epicentro de las dunas, José de Moraleda (envuelto en una profusa capa negra y con un morral de cuero ceñido a su costado derecho) esperaba la pronta aparición de su contrincante.

   Para su asombro, su adversario resultó ser una mujer menuda y aparentemente normal. Se trataba de la más renombrada de todas las machis de la zona, la inigualable Chillpila.

   “¡Mari, mari!” saludó ella con amabilidad.

   Y entonces, José de Moraleda la menospreció en su corazón.