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SEMILLAS DE CAMAHUETO

LOS KUEROS



Los Kueros.

   Para entender la manera en que se llegó a conformar el dominio submarino de la culebra Kai Kai y el posterior reinado de su hijo el Millalobo, es necesario volver la mirada hacia los albores del cosmos. Hacia la época previa a la caída de Peripillán, cuando los kueros gobernaban las profundidades.

   Al no existir lumbreras ni firmamento, en las honduras del océano no había conciencia de noches ni días. Ni siquiera la más poderosa luz podía penetrar la absoluta oscuridad de los fríos abismos. Tampoco el paso del tiempo era una medida o dimensión conocida. En semejante escenario, nadie hubiese pensado que podría surgir la vida. Pero así ocurrió.

   Retorciéndose y amontonándose entre sus sinuosos cuerpos, los primeros kueros despertaron ciegos a las sensaciones del mundo y tuvieron que desarrollar su propio sistema de comunicación y desplazamiento en esa acuosidad salada que los envolvía. Unos largos apéndices casi transparentes brotaron de sus lomos, al igual que serpenteantes antenas, y aquello los ayudó a mantenerse distanciados unos de otros, a reconocerse como especie y a empezar a convivir como un grupo de criaturas nómades. Las ampulosas aletas que los conformaban, fueron capaces de impregnarles un movimiento continuo a sus cuerpos y una velocidad acorde a cada tipo de energía individual. Pronto descubrieron que su aplanada corporeidad podía convertirse en un arma mortífera para sus enemigos; sobre todo para las odiadas medusas Llufu, sus más cercanos contrincantes.

   En aquella oscuridad eterna, los miles de elementos naturales y los cientos de pequeños organismos que flotaban en las corrientes, quedaron reducidos al simple y necesario alimento de cada jornada. Cuando el hambre los venía a socavar, los kueros sólo tenían que recorrer su entorno, abrir sus enormes bocas, y tragar la comida que sobreabundaba en el silencio de ese territorio sin fin.

   Con el pasar de las sempiternas mareas y los constantes desencuentros con las antiguas medusas, los kueros empezaron a mutar, a padecer en su cuerpo y en sus sentidos un tipo de evolución que al principio pasó inadvertida, pero que después fue demasiado evidente. Quizá todo fue producto de sus incursiones hacia aguas menos gélidas, a kilómetros por encima de su hábitat natural. O tal vez fue el puro instinto de supervivencia, cuando nadaron más allá de sus límites y se vieron enfrentados a otros depredadores tan egoístas y crueles como ellos mismos.

   Lo cierto es que las nuevas generaciones de kueros fueron naciendo con una hilera de dientes filosos brotando de sus encías y unas zarpas también dentadas que se desarrollaron a lo largo de todas sus aletas. De igual forma, su apetito voraz ya no se conformó con las algas y los diminutos peces que vagaban a su alrededor; la carne y la sangre de sus víctimas les empezó a parecer el alimento ideal para obtener más energía y preservar la especie. Fue entonces cuando descubrieron que podían cazar en grupo a los monstruos más letales y de mayor tamaño. Atacando en manada, la efectividad del ataque y la victoria estaban garantizadas. Incluso, se volvieron caníbales.

   Algunas generaciones después, las crías nacieron con un sentido que ningún ancestro había soñado poseer: la reveladora visión. La perspectiva del mundo de las profundidades se transformó para siempre, cuando unos ojos alargados entraron en contacto con el recóndito suelo marino. Los kueros ahora lograban ver sombras que jugueteaban con el vaivén de las mareas, y pronto gracias a los viajes rumbo a aguas más cálidas pudieron vislumbrar los primeros colores con el enloquecedor descubrimiento de la luz. Para entonces, el entendimiento de sus limitados cerebros había alcanzado un aceptable nivel de rústicos saberes. Ya podían comunicarse con impulsos mentales y comprender un puñado de mensajes básicos entre ellos. Se podría decir que contaban con la estructura de un lenguaje rudimentario, que con total seguridad crecería hasta desarrollarse en una mayor complejidad… Y en esa etapa de su evolución, los sorprendió el estrepitoso arribo de Peripillán.

   Peripillán, uno de los dioses del mapu original, remeció los cimientos de los mares con su llegada. De inmediato se dedicó a buscar súbditos que lo acompañasen en ese exilio obligado, en ese castigo eterno promulgado por la ira del inescrutable Antu. Y en todo ese vasto orbe de aguas, los únicos seres que encontró con un leve rastro de inteligencia resultaron ser los singulares kueros. No fue fácil dominarlos, porque aquellas bestias jamás habían vivido bajo el yugo de nadie. Pero Peripillán se los ganó con su astucia y la fuerza de sus malévolos poderes.

   Desde entonces, los kueros se impregnaron de la esencia vengativa del dios caído. Una mayor dosis de maldad y resentimiento crecieron en sus descendientes y para cuando Kai Kai Vilú promulgó el Alzamiento de las Aguas, ellos estuvieron allí con la inteligencia suficiente para destruir, matar, y devorar a los seres humanos de la superficie.